PRUDENCIA Y MARÍA
Prudencia
y María eran hermanas. Les tocó nacer en la época porfiriana de principios del
siglo XX. De familia acomodada, padre francés y madre india, crecieron en una
casa que más que casa era un castillo. Nadie podría imaginar que un día ellas lo
convertirían el más grande y lujoso burdel del bajío..
María,
de naturaleza sencilla y dadivosa siempre fue la prudencia andando; Prudencia
su hermana en cambio, era lo menos, siempre arrebatada y resuelta. A ambas
hermanas les tocó vivir las crisis que su condición de familia de burgueses en
un país envuelto en una guerra civil. Una batalla perdida desde un principio.
Toco
pues la suerte, o la desgracia, como se le quiera ver, que llegadas ambas a
cumplir quince años sus padres ofrecieran una fiesta a la más refinada gente de
la ciudad, estaban entre los invitados banqueros, funcionarios del gobierno,
hacendados y dicen que hasta el general Díaz, si, el presidente de México le
mando felicitaciones a las festejadas. Eran tiempos de guerra y en medio del
festejo se presentó de improviso un grupo de revolucionarios, fue tal la
sorpresa que nadie pudo hacer nada. Se apostaron soldados a las puertas de la
casa y se dieron a la tarea de robar todo lo que pudieron. El padre de Prudencia y María se vio en la
necesidad de protestar, así lo hizo; y el comandante de ese grupo de revoltosos,
de nombre Jacinto, se vio en la necesidad de matarle. Este hecho marco la
personalidad de Prudencia y María, a la primera la lleno de rencor, a la
segunda la lleno de prudencia.
Una
vez muerto el padre, quiso Jacinto cortejar a las hermanas, María prudente no
hizo caso de sus halagos; entonces, intentó con Prudencia, y de manera
imprudente le propuso matrimonio, era apenas el periodo de duelo, para sorpresa
de todos Prudencia aceptó.
La ceremonia
fue sencilla y sin invitados, solo un par de soldados que a la puerta de la
iglesia más que presenciar la ceremonia vigilaban que no llegara algún batallón
enemigo. Hubo una cena y los novios se fueron a dormir. La novia le pidió a su marido
que despachara a los soldados, que no quería a ninguno en su casa esa noche, y
así lo hizo este.
Eran
las dos de la mañana cuando se escuchó un disparo, Prudencia había matado a su
esposo, con ello dio venganza a su padre. Llena de coraje lloraba cuando su
hermana María, más prudente con una de las criadas limpiaba la sangre.
Amaneció
y quiso la suerte o la desgracia que esa misma noche un batallón carrancista
atacara la ciudad e hiciera pedazos el batallón de Jacinto, Prudencia aprovechó
la confusión y saco a la calle el cuerpo de Jacinto. Cuando el batallón pasó ni
siquiera voltearon a verlo.
Si
el batallón no dijo nada del cuerpo de Jacinto; pero no fue así con las
hermanas Prudencia y Maria. Se quedaron por meses en su casa, les robaron todo
y no les dejaron ni los muebles. A ellas les perdonaron la vida y las dejaron
ir sin ningún peso en la bolsa. Se fueron a Monterrey, después de unos meses
alguien les aviso que los carrancistas se habían ido huyendo de los villistas y
decidieron regresar.
Venían
en un carruaje con chofer, traían ropa elegante. Mandaron arreglar la casa y la
volvieron a amueblar. Empezaron a llegar visitas importantes: generales,
funcionarios de gobierno ricos y banqueros. Habían convertido la casa en un
burdel.
Quiso
de nuevo la suerte, porque bien puede ser la desgracia que esta tocara
nuevamente a la puerta, y que mediante un cañonazo de un pelotón villista
volara la habitación principal de la casa, donde Prudencia, la menos prudente
de las hermanas estaba en intimidad con un general del que se había enamorado.
Fue un disparo afortunado, porque por ese solo se dio muerte a un carrancista
importante.
Su
hermana, María, la más prudente, recogió el cuerpo de su hermana y quiso darle
cristiana sepultura, pero las mujeres del pueblo, apoyadas por la presencia de
villistas en la ciudad se lo impidieron, y no solo se lo impidieron, sino que
la obligaron a llevarse a su hermana a enterrar a otra parte, lejos de ahí. Así
fue como María, obligada, tomo una mula, amarro a esta un camastro de dos palos
y ahí acomodó el cuerpo de su hermana Prudencia, muerta
en el cumplimiento de su deber y a las órdenes de la revolución. María en
cambio, más prudente, sabía que nunca había que enamorarse en el trabajo ni con
los clientes.
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