LA ESPERA
Mónica
y Javier estaban casados desde hacía diez años. Se conocieron en la
Universidad. Aunque ella nunca le dirigió la palabra pues él era lo que se
llama un chico poco popular. Fue su persistencia la que hizo que ella se fijara
en él en la fiesta de graduación. Para sorpresa de todos se casaron a los pocos
meses.
Ella
veía como tras los años Javier había intentado todo por complacerla. Lo primero
fue aceptar el trabajo en la empresa de su padre, un empleo que requería
habilidad financiera para el que un ingeniero como él no estaba preparado. Siempre
relegado por su suegro a un puesto subordinado. Seguramente en un trabajo que
él odiaba. Sin embargo lo aceptó. Estaba enamorado de ella.
Después
ocurrió lo de la casa, Javier sabía que nunca podría pagar una casa tan lujosa,
a menos que tuviera que tomar prestado el dinero de la obra que construía la
empresa de su padre; y así fue como lo hizo. De una línea de efectivo que
manejaba no solo pago la casa, también mandaron
comprar todos los muebles a una de las más finas tiendas de Guadalajara. ¿Estaba
ella enterada del fraude a la empresa de su padre? Por supuesto. Nunca dijo
nada, Bastaba para ella vivir bien. Eran famosas las fiestas que ella ofrecía,
así como sus exquisitos cambios de atuendo y buen gusto en el vestir.
Con
el desamor también viene la infidelidad. Al principio ella se mantuvo, no
estaba enamorada de su marido, pero tenía un buen matrimonio, y eso era mucho
en la sociedad y el prestigiado grupo al que pertenecía. Tuvo, eso sí, algunos
amoríos que no pasaron de ser solo amores platónicos de correos electrónicos y
algunas llamadas insinuantes. Hasta que conoció a David, lo conoció trabajando como
ayudante en las oficinas de su padre. Se enamoró de inmediato. Pidió que lo
pusieran como su chofer. Él era un tipo ventajoso e improvisado, nunca había
tomado un libro, no hablaba francés como ella, pero eso que importaba, ella
quería amor y lo tendría. Javier nada sabía de esto. No solo le daba su tiempo
y espacio, sino que se había acostumbrado a sus llegadas tarde de fiestas con
sus supuestas amigas.
El
padre de ella, en cambio, era la persona más recta del mundo. Siempre decía que
una traición no se le debería perdonar a nadie. Así que cuando se enteró del
tremendo desfalco de dinero en su empresa, la mandó llamar. Ante una pregunta
tan directa ella no pudo más que mentir. Explotó en llanto y, sin
remordimiento, acusó al pobre de su chofer de ser él y solo él quien había tomado
el dinero. También tuvo que confesarle de sus amoríos con el chofer, y como él
la había obligado a darle el acceso a la caja fuerte, de otro modo la tenía
amenazada de contarle todo a su esposo. Por último cayó en los brazos de su
padre, quien no pudo más que apoyarla. La protegió. Ordenó traer a David. Le firmó
un cheque por millón de pesos para que
desapareciera y se olvidara para siempre de ella. Lo premió, sí. Pero era más
importante la felicidad de su hija.
Paso
el tiempo. Ella decidió no volver a ver a David y empezar a querer a Javier,
solo por eso, por decisión. Tenía en él al cómplice perfecto. Él estaba siempre
ahí, esperando, ¿Qué? El amor de ella, su felicidad, y Dios sabe que más. Ella
en cambio también esperaba lo mismo, aunque se había dado por vencido, sabía
que quizá eso nunca llegaría. Ahora era más importante su matrimonio, porque en
la sociedad a la que pertenecía eso era lo más importante.
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