EL PRÁNGANA
Era un prángana. Se
la vivía tirado todo el día, sin más intención que la de gastar la menor
cantidad de energía posible. A veces solo se levantaba de la banca donde se la
pasaba leyendo El Capital para ir a la tienda de su tía en la Unidad
Habitacional CTM, donde vivían, y estafarla con una torta y una coca cola fría.
Trabaja, le gritaba su tía cuando lo veía salir de la tienda. El trabajo
explota al hombre, le contestaba.
Era un discriminado. Lo habían discriminado de la
universidad, donde según él, lo habían catalogado más inteligente que los
profesores. Lo había discriminado sus padres, cuando después de que cumplió
cuarenta vendieron la casa y se fueron a su pueblo, dejándolo al a la buena de
dios; lo había discriminado este país, porque dios mío, se preguntaba, ¿Por qué
nací moreno y en México? solo su tía Eduviges lo había comprendido; lo había
amado tal cual era: un prángana. Al menos eso pensaba, porque ella también lo
discriminaba, por no trabajar y dejarse explotar por el capitalismo.
“Me sentí superior
a cualquiera, y un puño de estrellas te quise bajar” cantaba el Prángana. Llegada
la tarde sacaba la guitarra del departamento de su tía y se ponía a tocar en el
parque de la Unidad. Fumaba mariguana y tocaba hasta entrada la noche. Tenía
una novia. Universitaria. A veces ella lo acompañaba tocando canciones y
fumando yerba o tomando una cerveza. Pero la verdad es que ella lo que quería
era casarse y el Prángana no tenía para cuando. Así que le puso un ultimátum.
Si en un mes el no conseguía trabajo, su relación habría terminado.
Lector incansable de libros decía que el trabajo era la
peor forma de racismo. Un día el panadero le pidió si podía ayudarle a tirar la
basura por las mañanas, El Prángana así lo hizo, hasta que este le empezó a
pagar, entonces dijo que eso era un trabajo y dejó de hacerlo, el no sería un explotado más.
Paso el mes. Su novia dejo de ir a la Unidad. Algunos
dicen que se cansó, que ya andaba saliendo con alguien más, un maestro de la
facultad, un blanquito. El colmo del racismo decía el Prángana. “Yo no sé
cuánto valga mi vida, pero yo te la quiero entregar” cantaba a José Alfredo.
No lo aceptaba, pero se le veía triste, se la pasaba como
perro lastimado cantando en las noches. Fumaba y tomaba de su caguama. Empezaba
con canciones de protesta y siempre terminaba con las canciones de los Hombres
G: Si yo no te tengo a ti, Temblando y El ataque de las chicas cocodrilo eran
sus favoritas. A Ella le gustaban decía a moco tendido.
En la madrugada se dejaba de escuchar a José Alfredo y
caía el silencio en la Unidad. Empezó a ser costumbre verlo quedarse dormido en
una jardinera del edificio. Una mañana lo despertaron los enchalecados. Amigo,
¿usted se siente discriminado? ¿Nunca lo han comprendido? ¿Esta resentido con
la sociedad? ¿Su novia lo dejo por alguien que si tiene trabajo? O peor, ¿por
alguien blanco y privilegiado? Nosotros lo entendemos, venga, súmese a nosotros.
Y se lo llevaron.
Pasaron un par de semanas y doña Eduviges ya empezaba a
preocuparse por su sobrino, que aunque güevon, era rete buena gente, decía. Los
vecinos también le ayudaron, aunque ahora descansaban todas las noches, no se valía
que dos enchalecados se lo hubieran llevado.
Una mañana regresó a la tienda de su tía. Estaba limpio,
su rostro brillaba, llevaba puesto un chaleco e iba con otros dos enchalecados.
Cuando lo vio su tía se le rodaron las de san pedro, mira hijo, ojala te viera
tu madre, ella decía que nunca ibas a servir para nada, Y mírate, ya tienes
trabajo. Dime que te paso, ¿Ya te reconciliaste con tu novia? Tía mi novia es
cosa pasada, le ruego ya no hablemos de ella, ahora he encontrado una meta en
mi vida, un rumbo, trabajo no tengo tía, usted sabe que no creo en la
explotación del hombre, ahora tengo una misión, más importante que cualquiera
haya tenido, ya no nos volverán a discriminar por ser morenos, ahora soy servidor
de la nación tía, y ¿sabe qué? vamos a cambiar este pinche país.
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