CARLOS

Escribo esto desde la penitenciaria del estado. Se me acusa de negligencia médica contra una paciente mía, la paciente era mi esposa. Por culpa mía estuvo recluida once meses en un centro psiquiátrico. También se me acusa de haberle intentado quitar sus bienes y su dinero, dinero de una herencia que le dejó su madre millonaria. Aunque esto no creo me lo puedan probar. Solo hay un  testigo, pero está muerto.

Para contar esta historia me regresaré nueve años. Era yo un flamante médico psiquiatra. Fue en una fiesta la conocí. Yo estaba en el jardín, alejado del ruido cuando la escuché andar por el jardín. Platicamos un rato, se interesó mucho cuando supo que yo era psiquiatra, creí que la estaba conquistando, pero no, ella solo quería una receta para comprar Diazepam. Le dije que se la daría si me dejaba besarla. Acepto. Al día siguiente le mande su receta.

Ella me gustaba, se llamaba Camila, hubiéramos sido novios sino hubiera sido porque al día siguiente se le ocurrió llegar su amiga. De inmediato la nueva acaparo mi atención, y cuando supe que era millonaria, me decidí por ella. A los pocos meses pedí un préstamo en la administración del hospital y le di el anillo de compromiso.

Me presentó a su madre, Evangelina. Una mujer austera que, a pesar de ser millonaria, no usaba joyas. Solo un escapulario adornaba su cuello. Vivía en su mansión poca servidumbre. Todo olía a viejo y recordaba a mejores tiempos. Yo estaba emocionado de conocerla. Estuvimos un par de horas en la sala esperando a que la señora se dignara bajar de su habitación a saludarnos. Al final un criado bajó y nos dijo que la disculpáramos, que la señora no se sentía de la mejor manera para atendernos. Qué lástima, pensé, era oportunidad de ganarme a la millonaria. Eso nunca sucedió, hasta su muerte Evangelina nunca me quiso.

A pesar de todo nos casamos. En las invitaciones decía: Estamos honrados de invitarle a nuestra ceremonia: María y Carlos. En la clínica los compañeros hicieron una colecta y con eso pague los tramites, mi jefe me hizo un préstamo para rentar un departamento. Yo vivía en casa de un amigo, se llamaba Víctor.

Compré los muebles a crédito. Pensé que era una situación pasajera. Bastarían unos meses para que la Millonaria nos llamara por teléfono y nos fuéramos todos  a vivir a la mansión. Ella nunca llamó.

Paso el tiempo. En la clínica me ascendieron a jefe de especialidad. Era un cheque más, pero con el pago de renta de una casa más céntrica, las facturas de la camioneta y la vida que acostumbraba mi mujer, me era imposible alcanzar los pagos. Mes a mes gastábamos más de lo que ganábamos Estábamos en quiebra.

Los viernes los aprovechaba para verme con Camila. Claro que me seguía gustando. Estar con ella era un descanso de mi mediocre vida matrimonial. Siempre nos veíamos en el mismo sitio. A veces ella me pedía pastillas, Diazepam por lo común. Yo le daba recetas o bien le conseguía una caja. También me pedía pastillas para dormir. Bebíamos y platicábamos de nosotros. Camila quería que me separara de María. Yo no pensaba separarme de la heredera a una fortuna. Ahí terminaba siempre nuestra conversación..

Cuando me enteré que la madre de María, nunca le había dicho suegra, estaba muy enferma, invité a Víctor, un amigo mío a tomar unos tragos. Él era un abogado de pésima reputación. Le conté lo de mi suegra, que estaba muy enferma y quizá podría pasar a mejor vida. Fue el quien me abrió los ojos e hizo todo el plan. Aunque para la fiscalía fuimos los dos.

Víctor decía que si la señora fallecía, María heredaría todo, pero, que en el caso que yo quisiera divorciarme yo no recibiría un peso. Era necesario quitarle a María el poder de la herencia, aprovechando que yo era su esposo. Debíamos declarar incompetente a María para recibir la herencia, solo eso podría salvarme de la bancarrota, me decía Víctor. Pero había que hacer varias cosas antes. Lo que sea, le contesté.

Víctor era un hombre sin escrúpulos, así que nos dio instrucciones a Camila y a mí. A mí me hizo firmar papeles donde yo certificaba que mi mujer estaba afectada de sus facultades mentales y debería estar medicada, y a Camila le pidió que le diera pastillas, tantas como pudiera. Teníamos que convertir a María en la paciente ideal para ser internada en una clínica, diagnosticada de incapacidad mental. No fue nada fácil.

El plan marcho muy lento. La madre de maría murió y María no tenía indicios de convertirse en una adicta digna de ser encerrada en un centro psiquiátrico. Si se tomaba a veces una pastilla para dormir, o una para la depresión, pero eran escasas. Fuimos obligados que ser más contundentes. La tuvimos que medicar a escondidas. En la comida y en el café pusimos cantidades cada vez mayores de somníferos y Diazepam. No fue fácil. Me preocupaba que un día no despertara Cuando se empezó a dar cuenta de que estaba medicada sin consumir empezó a actuar de manera violenta, me tiró todas las pastillas, cosa que yo volví a  surtir. Al ver al día siguiente que había más pastillas se espantó. La muerte de su madre ayudó en su comportamiento errático. Un día enfadada de sentirse despertar drogada decidió prenderle fuego a mi oficina y a los anaqueles con pastillas. Eso ayudó, así pude mandar por una ambulancia. Entonces la diagnostiqué como esquizofrénica con problemas de adicciones.

María, mi esposa, se quedó ahí, confinada por orden mía en ese centro psiquiátrico sin mayor esperanza de salir. Me sentía resentido con ella. Todo el resentimiento que guardé contra su madre se lo dirigí a ella. El rechazo de la señora lo descargué en María Me sirvió para evitar la responsabilidad y la culpa por lo que acababa de hacer. Se lo merecía, me decía a mi mismo. Ahora era hora de hacer una nueva vida. De cambiar.

Y cambié. Víctor ayudo a abrir una nueva cuenta bancaria. Desbloqueó de las cuentas de la Señora dos millones de dólares. Eso es solo para empezar, me dijo. Por supuesto, su ayuda no era desinteresada. Lo que hizo fue pedirme una renta de cincuenta mil dólares mensuales. Le dije que estaba loco. Me hizo ver que gracias a él era yo millonario. Así que se los di.

Entonces decidí alejarme de Víctor, un extorsionador de lo peor. Y de María, que aunque confinada, me recordaba todos los días que estaba ahí, a solo una hora de carretera. Le dije a Camila que nos iríamos de la ciudad, y, como aquel que huye, nos fuimos en la noche. Le deje mi carta de renuncia a mi jefe. Liquidé la renta de mi casa y guardé los muebles en un servicio de mudanza. La camioneta no estaba liquidada, así que le dejé una carta a la agencia de autos para que fueran por ella.

Nuestra vida cambió. Nos fuimos a una pequeña ciudad junto al mar. Ahí renté una formidable casa de techos californianos y me compré una lancha magnifica. Camila también me exigía dinero. Le dije que le pondría un negocio. Decidió poner un Spa, lleno de muebles lujosos y una renta que me pareció estratosférica. Creo que nunca supo de negocios, solo se encargaba de ir a hacerse masajes y peinarse. No sabía de pago de impuestos, ni de administración. Era un caos, pero había dinero para eso y más. Yo no quería tener problemas con ella, así que la dejé ser. La vida nos sonreía.

Estábamos gastando mucho así que la chequera se acabó muy pronto. Cuando fui al banco por otra me pidieron varios requisitos, así que tuve que llamar nuevamente a Víctor. Me ayudó a conseguir una nueva chequera y le pagué nuevamente sus cincuenta mil dólares, pensé que con eso estaría satisfecho. Creo que yo estaba bastante equivocado.

Camila se volvió insoportable. Gastaba sin ton ni son. Cuando le reclamaba me decía que la mitad del dinero era suyo. Bebía a diario y cada vez consumía mas drogas. Se había vuelto insoportable. Yo empezaba a extrañar a María.

Un día llegue a casa temprano. Camila me estaba esperando. Tenía en sus manos un revolver y estaba completamente ebria. Estaba revisando las fotos de la boda con María. Me preguntó si acaso aun la extrañaba, le dije que era una tontería lo que decía. Le reclamé por tener una pistola ahí, pero no me escuchó. Como pude la sometí y le quité el arma. Se echó a llorar. Gritaba que si sabía que la engañaba me mataría. Esos episodios se volvieron rutina. A veces la ignoraba totalmente, aunque ella me apuntara con el arma.

Víctor, quien ya era un problema, se empeoró.. Al principio solo me cobraba su dinero cada mes, pero después se la pasaba en mi casa. Prácticamente vivía ahí. Salíamos a diario a andar en la lancha. No podía discutir con él, me tenía secuestrado. Me amenazaba diciendo que por él teníamos todo. Un día llegó con un auto nuevo, venía acompañado del vendedor de la agencia de autos. Mira, este es mi amigo Carlos de quien te hable, le decía, él te liquidara el auto. Esto fue muy lejos, debía deshacerme de él.

Así que urdí un plan. Le pedí a un mecánico que le instalara un dispositivo al motor de la lancha, para que esta no dejara de acelerar, ni fuera posible de apagar. El mecánico no entendió para que quería yo eso, pero lo hizo porque le pagué muy bien. Invité a Víctor a navegar. Cuando estábamos por zarpar le dije que debía regresar a ver a Camila, que no podría acompañarlo. Él, que se sentía dueño de mi bote, se destapo una botella de bourbon y me dijo que él iría solo. Después de todo fue muy fácil, pensé. Me había deshecho de él la lancha se estrellaría contra las rocas al salir de la bahía. Caminé por el malecón varias horas. Entré a un bar y me fui a casa. Pensé que iba a extrañar a Víctor.

Al llegar a casa. Me sorprendió el sonido de las sirenas de policía. Afuera estaba estacionada la lancha. Me asusté de pensar que podrían estar esperándome a mí. Que hubieran descubierto que le había tendido una trampa a Víctor. Cuando bajé del auto vi que había una manta sobre el piso, debajo de esta Víctor, muerto. Tenía dos balazos en la espalda. No supe si espantarme o brincar de gusto.

En una patrulla Camila estaba sentada, totalmente drogada. Se la llevaron. Al día siguiente fui a verla. Su caso estaba perdido. Le había disparado a Víctor, pensando que era yo. Que cosas tiene la vida.

Hacía meses que ambos me estaban enfadando la vida, hasta que se presentó esta oportunidad. El universo había arreglado las cosas. Yo había estado extrañando mi vida con María, y ahora el destino me daba la oportunidad. Hice mis maletas. Decidí regresar con mi esposa. Cerré el contrato de renta de la casa y le firmé un poder a un agente que me vendaría mi bote, no sin antes decirle que el acelerador se quedaba pegado. Los autos, los muebles y lo demás era todo rentado, así que no tuve ningún problema.

Cuando llegué a la clínica donde estaba recluida María vi a mi antiguo jefe. Lo saludé como siempre, pensando que se alegrara  de verme. Él hizo un gesto y se fue a su oficina. Solicité al guardia un acceso para ver a mi esposa, me pidió mi identificación, así que se la di. Después de unos minutos un par de oficiales de policía me detuvieron, ahí, a las puertas del hospital psiquiátrico. No había podido hablar con mi mujer. Estaba acusado de negligencia médica por confinar a mi mujer y de fraude.


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